David: La vocación política
Las personas son las únicas instancias humanas que pueden alterar y cambiar los acontecimientos que debemos afrontar. Tenía muy claro el tema del segundo artículo en esta web naciente. Era sobre el por qué tenemos que marcar la x en la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta. Pues bien, ya sabe el lector de qué trataré dentro de dos semanas. Pero como decía, son las personas las que alteran nuestros fines e intereses. Hace un par de días, inmiscuido en las obligaciones diarias, recibí una mensaje de móvil: “David ha mort”. Enseguida identifiqué la persona referida. Era David, del partido. Lo importante no era el partido en el que militaba. Aquello destacable era qué aportó con su actitud a un grupo humano.
A David lo conocí por primera vez en los mítines. Y me impresionó la lealtad y la seguridad de sus aplausos y de sus aclamaciones. En mitad del silencio, mientras hablaba el orador o líder de turno, podías captar un “ahí, ahí”, “eres la millor”, “a per ells”. Y siempre me hacía reaccionar de la misma forma: con una eterna sonrisa. En más de una ocasión, me hizo olvidar los problemas del día que me mantenían bajo de moral, a veces triste, y con sus expresiones, me devolvía la alegría. Ahora bien, tenemos que sincerarnos todos aquellos que vivimos cerca de los partidos políticos. En ellos, las palmaditas, los aplausos, se los llevan los de siempre, los visibles, los cargos, los que llegan los últimos a los grandes acontecimientos y calientan los reservados, las primeras filas.
Sin embargo, son otros, con su trabajo, con su vocación, con su amor al partido, desde siempre, los que posibilitan que otros vivan del partido. No estoy pensando en nuestra ciudad, sino en todas las siglas y circunscripciones del mundo. Yo tengo más formación y argumentos de los que tenía David. Pero él tenía más valentía, agallas y predisposición política que yo. Y esto es así porque el partido es para mí un medio de subsistencia. Nada más. En cambio, para él, su vida entera. Recuerdo cómo en las campañas, junto a otros incondicionales del partido, se colocaba a 10 metros de la oposición, y cómo los incomodaba. Yo era incapaz. Yo siempre ponía excusas y buscaba aliados para afrontar alguna situación incómoda. Cuando lo conseguía, en ocasiones, de forma ignorante, sacaba pecho, pero mi inseguridad me delataba. Por el contrario, David, él solito, sin apoyo alguno, a repartir publicidad del partido sin descanso. Si me daban un montón grande pensaba en acabarlo para tener la conciencia tranquila. David venía y me pedía tres o cuatro montones más que doblaban el que yo había cogido que tenía que cubrir y cumplir mi cupo.
Hay muchos Davids en todos los partidos. A estas personas les debemos un homenaje constante. Nos enseñan algo y es tener vocación por algo. ¿Qué es la vocación? Es aquello sin lo cual dejaríamos de ser lo que somos. Es lo que nos hace felices y libres. Cuando daba clases en Bachillerato, les decía a los alumnos que a la hora de elegir una carrera jamás pensasen en las salidas profesionales, en su futuro o en el dinero que les podía deparar. Lo importante, les decía, es que vuestro futuro, vuestro trabajo se convierta en un placer, en una vocación.
¡Que los domingos por las tardes no se transformen en melancolía, sino en alegría! ¡Que los lunes sean días de acción de gracias! ¿Por qué no intentar, al menos, que vuestras vidas se asemejen a un deleite? ¿Por qué empecinarnos en orientar nuestras vidas en titulaciones que nada nos dicen aunque presenten una destacada nómina? Con la que está cayendo, se torna crucial presentar un proyecto de vida sincero, vocacional y sentido. Sólo así se es feliz. Me imagino si David fuera joven a qué se dedicaría, y sólo hallo una respuesta: político. Y lo sería porque en la sede y actos del partido era feliz.
Un día le pregunté: “David, t’agradaria ser polític?”. Escuetamente, y con una rapidez que me sorprendió, me contestó: “Ja heu sòc i sòc el més feliç del món”. Este pequeño artículo no es sólo una homenaje a él, sino a los miles de voluntarios, héroes silenciosos que se dejan la piel por unas ideas, por un colectivo, por una institución sin preguntar jamás “¿Y qué hay de lo mío?”. Simplemente, trabajan, en cuerpo y alma, y haciéndolo nos dan una lección que no debemos olvidar: que nuestros amores y anhelos pueden mejorar el mundo en el que vivimos.
Gràcies i bon viatje amic.
José Miguel Martínez Castelló, es Licenciado en Filosofía
Mi más sincera enhorabuena por este artículo. No creo que a David le importara este reconocimiento que le haces, pero a su familia le servirá de consuelo saber que era querido.
Gracias por el reconocimiento que haces en este articulo a nuestro amigo David, él y su familia saben que estas palabras tuyas no solo son eso «palabras» sino que son de verdad y las dices desde el corazón.
Eres únic David. Decansa en paz amic, no tindrem un altre igual.
Enhorabona per el article Caste.