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Nuestro gran desafío: los Estados Unidos de Europa

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Jose Miguel Martínez Castelló

El pasado 3 de junio, el editorial de El Mundo decía: “La fórmula Rajoy lleva a los Estados Unidos de Europa”. En la clausura del Círculo de Economía de Sitges, el Presidente del Gobierno mostró estar decidido a ceder la soberanía de la política económica a favor de la Unión Europea. Proponía la creación de una autoridad fiscal europea que oriente con una sola voz la política fiscal de la zona euro, armonizando las políticas fiscales de los Estados miembros para así controlar las finanzas nacionales. El periódico se adelantaba a las consecuencias del Presidente y enumeraba los tres pilares básicos para una unión monetaria común y de esa forma hacer frente, y con garantías, a la crisis actual y situar a Europa en una posición de primer orden en lo que los politólogos llaman geoestrategia global. El editorial concluía: “Ello no podrá ser posible sin que los europeos ejerzan la soberanía de elegir a un Parlamento democráticamente que a su vez elija un Gobierno europeo. Se trata de avanzar hacia una Europa federal, parecida a los Estados Unidos, totalmente distinta de la que hoy por hoy simboliza Bruselas”.

Medios de comunicación tan importante e influyente como El País, ABC o El Mundo saben de lo que hablan. Por ello han coincidido en el análisis y la necesidad de avanzar de una vez en la consolidación del proyecto europeo. Pero debemos entender hacia dónde vamos y por qué debemos ir ahí. Para ello tenemos que hacer memoria, ir a los clásicos, a las voces y los grandes líderes que pusieron en marcha los cimientos y el sueño del proyecto europeo. Si me lo permiten, indaguemos, antes, en la historia de la filosofía, que es la historia de Occidente y, por tanto, de Europa. No hay Europa sin filosofía, es decir, sin pensamiento, sin dialéctica y combate de ideas y argumentos. Y ahora toca sentarnos. Sentarnos para dirigirnos a un modelo que, en primer lugar, luche contra el hambre. Sí, no me equivoco, porque hoy en Europa hay ciudadanos que están pasando hambre, necesidad. Este es todavía un tema tabú entre la clase política, pero más pronto que tarde se tendrá que afrontar. De lo contrario, Europa desaparecerá del mapa. Léanse los informes de Cáritas y Cruz Roja y cómo describen con total objetividad que se están disparando las bolsas de pobreza –en el próximo artículo hablaré de ello. Pero la inmediatez no puede impedirnos que nos sentemos, que se abra un debate para saber a dónde nos dirigimos.

Como decía, necesitamos historia de la filosofía. Y ésta nace en Grecia. ¡Qué casualidad! La conciencia de crisis se inició desde el desplome del país heleno. Pues bien, los historiadores coinciden que la Grecia clásica inició su decadencia por confinarse bajos sus propias murallas, esto es, en no ver más allá de sus propias fronteras. Curiosamente la Europa actual se muestra incapaz de superar el nivel y los intereses de sus diversos Estados miembros. Y ahí está el problema. Es urgente, por tanto, dar un paso al frente y estructurar un Europa con un plan global a escala de toda la zona que supere los diferentes ámbitos y fronteras nacionales. Esto tiene un nombre: desnacionalización. Aún resuenan con fuerza las palabras que Saint-Simón, padre del socialismo y de la izquierda europea del siglo XVIII, cuando decía con sentida nostalgia: “Europa sería la mejor organización política si tuviese un parlamento por encima de los gobiernos nacionales, con poderes para decidir sobre sus discrepancias”.

Si el lector hace un ejercicio de ver qué proponen los líderes europeos semana sí, semana no, todo se circunscribe a los problemas que tienen en su país de origen. Soy consciente de la dificultad, pero es lo que hay. Necesitamos líderes, y hoy por hoy carecemos de ellos. Este es el lastre de la política actual. Muy lejos quedan ya nombres como Churchill, Adenauer, Schuman, Monet o  De Gasperi. Estos líderes tuvieron que mirar más allá de sus intereses porque salían de una guerra con más de 50 millones de muertos. Nosotros tenemos la oportunidad de una refundación de Europa, de nuestras costumbres, de nuestro modelo social, político y ético sin tener muertos sobre la mesa.

Ahora bien, este momento que nos produce desorientación y azoramiento no puede llevarnos a pensar que somos los únicos que hemos sufrido una crisis de civilización como la que estamos viviendo. Tenemos que recordar que la historia humana es la suma de períodos prósperos y decadentes. La depresión puede alzarse como punto de inflexión a la hora de plantearnos nuestras prioridades, nuestro modelo de vida y nuestros principios. La crisis que sufre Europa es una invitación para que todos seamos conscientes de la lógica de la historia humana y así asumirla y afrontarla con garantías. No somos una excepción, todas las generaciones anteriores a nosotros han vivido momentos difíciles, incluso peores que los nuestros. De una forma magistral, dice Hegel en su obra Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal: “Lo que puede deprimirnos es que la más rica figura, la vida más bella encuentra su ocaso en la historia. En la historia caminamos ante las ruinas de lo egregio. La historia nos arranca de lo más noble y hermoso, que tanto nos interesa. Todo parece pasar y nada permanecer. Todo viajero ha sentido esta melancolía. ¿Quién ante las ruinas de Cartago, Palmira, Persépolis o Roma no se ha entregado a consideraciones sobre la caducidad de los imperios y de los hombres, al duelo por una vida pasada, fuerte y rica? Es un duelo que no deplora pérdidas personales y la caducidad de los propios fines, como sucede junto al sepulcro de las personas queridos, sino un duelo desinteresado, por la desaparición de vidas humanas y brillantes”. La advertencia de Hegel se sitúa en la aceptación de que aquello que nos sostiene, aquello que parece indestructible, acaba cayendo, sin fisuras y red a la que poder acogerse. Sin embargo, no podemos anidar solamente en este convencimiento histórico. Las grandes crisis son acicates para plantear y asentar las bases de un mundo nuevo, en definitiva, de una esperanza sólida e impregnada de porvenir. Y todos nosotros, ciudadanos de hoy, somos testigos de este momento y debemos aprovecharlo.

Dicha esperanza quiero llevarla de la mano, precisamente, del padre de la Unión Europea y fue un español: José Ortega y Gasset. En 1949, los aliados buscaron a un intelectual de renombre para que en Berlín, núcleo donde eclosionó y feneció el nazismo, se hablara del futuro de Europa. Ortega fue el elegido. Su conferencia ha pasado a la historia con el nombre Meditación sobre Europa. De sus numerosas perlas históricas, literarias y filosóficas, me gustaría rescatar un texto del principio de su intervención, para darnos cuenta que lo que está en juego hoy en Europa es algo más que la unión monetaria y su fiscalidad controlada o no por el Banco Central Europeo. Esto es herrar el tiro. Sólo se habla de Europa desde su dimensión económica y monetaria. Pero lo que está en juego excede a la economía. Y esto lo tienen que entender los líderes europeos y la ciudadanía. Dice Ortega: “El que nuestra civilización se nos haya vuelto problemática, al sernos cuestionables todos sus principios sin excepción no es, por fuerza, nada triste ni lamentable, ni trance de agonía, sino acaso, por el contrario, significa que en nosotros una nueva forma de civilización está germinando, por tanto, que bajo las catástrofes permanentes una nueva figura de existencia humana se halla en trance de nacimiento. La civilización europea duda al fondo de sí misma. ¡Enhorabuena que sea así! Yo no recuerdo que ninguna civilización que haya muerto de un ataque de duda”. ¿Hemos pensado alguna vez en un cambio de modelo de vida? ¿Por qué no? Cuando decimos coloquialmente “Torres más altas he visto caer”, nos referimos a cambios que pensábamos impensables, ya sea a nivel personal como a nivel social. No estamos, pues, ante el mayor y más destacado momento de la historia, pero sí ante un cambio que todos deberemos secundar. Y no me refiero al cambio a golpe de los mercados financieros. Es algo más profundo.

El título del artículo mencionaba los Estados Unidos de Europa como nuestro gran desafío. Pues bien, es un concepto que Ortega utilizó en La rebelión de las masas a finales de los años 20: “Los Estados Unidos de Europa no son una fantasía porque la unidad de Europa es la realidad misma, y la fantasía es precisamente lo otro: la creencia de que Francia, Alemania, Italia o España son realidades sustantivas e independientes”. Más actual, imposible. Precisamente Ortega piensa en los cuatro países de los que depende el futuro de Europa. Pero Ortega va más allá de Merkel, Hollande, Monti y Rajoy. Ortega mide Europa desde la calidad proyectiva de todos y cada uno de sus ciudadanos. No circunscribe la responsabilidad en los políticos, sino en la sociedad y la ciudadanía europea. Y ésta, a su juicio, se ha cansado de imponerse ideales, ir más allá de su propio ombligo para quedarse confortada bajo los dominios nacionales. El problema de Europa es, a juicio del pensador español, que se ha quedado sin moral, porque todos sus principios han sucumbido y no ve la necesidad de tomar y asumir unos nuevos, manteniendo lo mejor de los principios y valores antiguos europeos, con los que afrontar los desafíos del futuro. Quedarse sin moral en terminología orteguina implica estar bajo de moral, sin fuerzas ni temple vital, abatido, donde la melancolía y la apatía se hacen con el mando de la vida. He aquí el problema de Europa, la de Ortega y la nuestra. Puesto que es un problema moral nos afecta a todos, no podemos escabullirnos, escondernos ante la realidad. Es una tarea que nos incumbe a todos, sin excepción. Hoy más que nunca, resuenan con fuerza las palabras que Juan Pablo II pronunció en Santiago de Compostela en 1982: “Europa, vuelve a encontrarte. Sé tu misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades”. Según nuestro esfuerzo y capacidad de implicación y responsabilidad, el tiempo nos guardará el lugar a ocupar en la historia.                 

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