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Las razones de Artur Mas, notas sobre el nacionalismo

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Jose Miguel Martínez Castelló

El 13 de mayo de 1932, Ortega y Gasset, ante el Presidente de aquellas Cortes constituyentes, el ilustre Julián Besteiro, pronunció una de esas sentencias que lo han hecho célebre y que describe en apenas una líneas lo que otros necesitan en obras y disertaciones enteras. Todo lo que se dice hoy en torno al nacionalismo catalán son meras notas a pie de página de aquello que Ortega expresó. El tiempo le ha dado, por desgracia, la razón y escenifica el fracaso estratégico de los dos grandes partidos nacionales: “Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles. Por tanto es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista”.

Ese conllevarse al que elude Ortega se ha transformado desde la transición española en una dejación de funciones de los grandes partidos, tanto del PSOE como del PP. Por cálculos y estrategias electorales se ha dejado hacer al nacionalismo y muy especialmente al catalán. Los nacionalistas han construido y plasmado sus objetivos y proyectos en la sociedad. Pero lo que han introducido y les ha servido para ganar la batalla es el poder del lenguaje. Han tejido un discurso donde ellos son siempre las víctimas, y los otros, España, lo español, los verdugos, caciques y fascistas. Por ello han conseguido tergiversar la historia de España en las escuelas catalanas. Invito al lector a que consulte cómo se estudia la historia en los manuales de la ESO en Cataluña. Sólo tiene que acercarse y leer las barbaridades y las inexactitudes históricas que se dicen. Con todo ello se ha cumplido el objetivo: una parte importante de la juventud catalana siente sarpullidos al escuchar la palabra España. Y todo ello ha sido concedido con el beneplácito de la calle Feraz y la calle Génova. Es claro y evidente que la rendición del PSOE es de manual, de libro, y que el PP  en Cataluña es, junto con Ciutadans y toda una red procedente de la sociedad civil ilustrada catalana, el único partido que defiende la Constitución. Pero recordemos cómo un político con la autoridad de Aznar tuvo que bajarse los pantalones y agradar, hacer un guiño desde la analfabeta corrección política, diciendo aquello que hablaba catalán en la intimidad. El papel de Zapatero, para enmarcar. Para caer en la cuenta de la irrelevancia del PSOE en Cataluña, por su cobardía perpetua e indefinición ante el nacionalismo, que puede perder más del 50% de los votos en las elecciones de noviembre, es que en el gobierno del tripartito el conseller de educación fue el socialista Ernest Maragall, hermano de Pascual Maragall, y que acaba de abandonar el PSC para enrolarse y fundar, junto a otros socialistas catalanes, un partido soberanista y de izquierdas, Nova Esquerra Catalana. Recuerdan las palabras de Zapatero, defenderé el estatut que salga del parlamento de Catalunya. Hoy se ha demostrado que esa equidistancia se paga caro, con la más absoluta irrelevancia –después de hacer público su ruptura con el PSC, Ernest Maragall escribió el siguiente tuit: “Adeu Rubalcaba-Griñán-Valenciano, adeu”. Sobran las explicaciones. En esta introducción sólo he querido mostrar cómo ese conllevarse al que se refería Ortega, que implica a obligaciones por las dos partes, sólo se ha cumplido en uno, y al hacerlo se ha roto la baraja y estamos pagando sus consecuencias.

Para hallar algo de razón y claridad en todo este laberinto de intereses y posiciones encontradas dividiré este artículo en tres partes: en primer lugar, haré una descripción de las consecuencias, de los costes reales de la independencia y la inviabilidad del proyecto de Mas; en segundo lugar, analizaré las contradicciones que siempre defiende Mas al defender el casa catalán con otros acontecimientos de soberanía a escala internacional; y en tercer lugar, una exposición breve de los elementos definitorios del nacionalismos y que Mas utiliza una y otra vez.

1. Antes de exponer el coste y la inviabilidad económica, social y política de la independencia, deberíamos hacer un recorrido sobre los logros de Artur Mas en sus 21 meses en el poder. Los datos son asoladores, dignos de estudio y modelo como lo que jamás hay que llevar a cabo bajo en el poder. En 2003, Cataluña tenía una deuda pública de 10.900 millones de euros, el 7,4% de su PIB. En 2011, se había triplicado, bajo los gobiernos tripartitos, hasta los 34.299, el 17,3% de su PIB. Hoy llega a los 43.000 millones de euros. Mas ha aumentado la deuda de los catalanes y con creces. Pero hay que recordar que el día que proclamó su camino hacia la independencia, ese mismo día repito, llegó al Ministerio de Hacienda, el dinero que la Generalitat le pedía al Estado 5.032 millones para poder pagar nóminas y hacer frentes a los vencimientos de su deuda. Mas se presentó a las anteriores elecciones con el doble compromiso de cuadrar las cuentas y bajar a la mitad el paro, pero se ha disparado hasta llegar al 22% con 622.882 parados. Mas también dice que ha recortado todo lo recortable, pero mantiene gastos suntuarios y vergonzantes en embajadas (1,1 millones), acción exterior (25,2 millones), publicidad (31 millones) o más de 260 millones para sus ocho canales de televisión. Pero lo más sangrante es una falsedad, una mentira en toda regla, que repite sin pestañear y que los medios catalanes, especialmente La Vanguardia, recogen y alimentan. Mas suele hablar de expolio fiscal pero oculta que hay un desfase de 1.200 millones entre las cotizaciones que se recaudan en Cataluña y su gasto en pensiones, que se cubre con los ingresos del resto de España.

Si Cataluña consiguiera la independencia tendría que asumir de forma directa las competencias de un país: seguridad, educación, defensa, política, exterior, embajadas, seguridad social, prestaciones, tráfico, control de carreteras, reguladores, un banco central, un bolsa y un tesoro propio. Durante años los ingresos no compensarían los costes asumiendo, a su vez, entre un 16 y un 18% la deuda española. El total de la deuda catalana se cifraría en 150.000 millones de euros. Se ha calculado que por este impacto este nuevo Estado tendría más de 700 puntos de prima de riesgo y un rating amenazado para afrontar su descomunal deuda: Caixa Banc y Sabadell serían inviables sin el respaldo del BCE mudándose a Madrid. Y una última cuestión a tener en cuenta. Cataluña cuenta con cinco aeropuertos, 700 kilómetros de autovías, 350 de alta velocidad… unas de las redes de infraestructuras más importantes del mundo. Ahora bien, ¿podrían pagarlas cuando en la actualidad toda esa red genera más de 9.000 millones de deuda? ¿Es viable con todos estos datos la pretensión de Mas? Les dejo a ustedes que determinen el sentido de la respuesta.

2. Otra objetivo del nacionalismo catalán y de Mas es establecer similitudes con otros casos europeos. El ejemplo al que se ha acogido recientemente la Generalitat es el de Escocia a partir del acuerdo que se ha producido entre David Cameron y Alex Salmond para celebrar una consulta antes del 2014 para preguntar a los escoceses mayores de 16 años si quieren seguir dentro del Reino Unido. El nacionalismo catalán se ha acogido a este acuerdo como un clavo ardiendo pero se olvidan razones de naturaleza histórica y política que invalidan cualquier equiparación. Inglaterra y Escocia fueron durante más de cuatro siglos reinos independientes con dinastías independientes. En 1707 decidieron llegar a un acuerdo, la Union Act, para resolver los problemas dinásticos. Pues bien, Cataluña, por mucho que algunos se empeñen con mentiras y falsedades, nunca ha tenido como Escocia un Estado propio, aunque formara parte de la Corona de Aragón. Y no hay que olvidar que el Reino Unido carece de Constitución mientras que los artículos 1 y 2 de la española establecen a las claras que la soberanía reside en el pueblo español. En otras palabras, si tiene que haber una consulta será a partir de la participación de todo el pueblo español, desde una persona de Cádiz, a una de Vigo, Logroño, Burgos, Teruel, Valencia, Madrid…

Lo preocupante del caso es que como se intuía en las palabras de Ortega estas problemáticas existirán siempre ahí donde se den comunidades políticas. El separatismo está resurgiendo en Europa en tiempos de crisis, mientras la Unión Europea está abogando por abrir las fronteras. Los casos más significativos Escocia, Irlanda del Norte, Flandes en Bélgica, Padania en Italia o Kosovo en Serbia. Todos estos casos son utilizados por el nacionalismo catalán, el vasco también acude a ellos, para fundamentar sus fines y encuadrarlos en el seno de la Unión Europea. Sin embargo, el radicalismo y el engaño en política conduce a no ver realidades que se tienen delante. El Tratado de la Unión Europea es claro. Romano Prodi lo dejó claro en 2004: “Cuando una parte del territorio de un miembro deje de ser parte de ese Estado porque el territorio se convierta en estado independiente, los Tratados no se aplicarán a ese territorio”. La consecuencia es clara: si Mas consiguiera su objetivo de forma automática Cataluña tendría que crear una moneda porque quedaría fuera del euro. ¿Estas cuestiones son tratadas en los colegios y universidades catalanes? Dejo formulada la pregunta.

3. El nacionalismo tiene como toda realidad humana diferentes matices y tonos. Pero una constante que refleja es ver siempre la paja en el ojo ajeno. La polémica sobre la palabras del Ministro Wert en españolizar a los alumnos catalanes en una buena prueba de ello. Todo el nacionalismo político y social se echó a la yugular del Ministro, tildándolo hasta de franquista. Pero hemos sabido que unos días antes la Consellera de Educación del Gobierno catalán defendió la necesidad de catalanizar a sus alumnos. Entonces, ¿en qué quedamos? Españolizar no significa la una, grande y unida que hipócritamente habló Mas, sino que se cumpla la ley de una vez en Cataluña y los padres que deseen que sus hijos estudien en castellano lo puedan hacer con normalidad. Pero dicha normalidad, concebida desde la libertad de elección, es concebida por el nacionalismo un atentado contra su proyecto y, por tanto, no es negociable ni discutible, es un imposible. Javier Redondo, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid, en un artículo publicado en El Mundo con el título Nacionalismo, educación y ética explica las razones del conflicto que subyace en todo el nacionalismo con la libertad: “La fuerza del nacionalismo reside en una educación cerrada basada en la intransigencia y la mitología y en la debilidad del espíritu cívico y liberal. España siempre ha padecido este mal”. Todos estos elementos que sabemos hoy que se dan en comunidades como Cataluña y el País Vasco se ha agrandado en las últimas décadas de nuestra historia reciente por una serie de complejos que nos vienen de atrás. Añade Javier Redondo: “Luego, los pactos tácitos o imposiciones de la postransición permitieron entregar la educación a los sindicatos y cuadros medios y locales de la izquierda y del nacionalismo. Con la finalidad de expulsar de las instituciones a los últimos rescoldos del franquismo, de paso, el librepensador fue progresivamente desplazado por el bienpensante”. El concepto clave aquí es el de postración, dejar hacer, rendición… No hay que ser muy inteligentes para ver las consecuencias actuales de esta predisposición.

Quisiera acabar con una descripción intuitiva y genial que Alfonso Guerra ha hecho de la lógica del nacionalismo catalán en un artículo en la revista Tiempo. Lo titula Acrecentar y dice ahí que han echado mano de una curiosa estrategia que la califica como el procedimiento del salchichón: “Cada semana, en el Congreso de los Diputados, han presentado propuestas que arañaban alguna competencia con discursos tranquilizadores para la soberanía española allí representada. Tal o cual competencia no suponía grandes cambios en el reparto competencial. Semana tras semana, y durante treinta años, han ido cortando pequeñas rodajas hasta que al Estado sólo le quedó la cuerdecita del embutido. Es en ese momento cuando han decidido dar el salto hacia la independencia”. Quien aquí escribe no siente la más mínima simpatía por Alfonso Guerra, pero hay que reconocer que el símil propuesto es gráfico de cómo han ido actuando los nacionalistas catalanes. Pase lo que pase en las elecciones de noviembre, los dos grandes partidos tendrán que sentarse y afrontar la estructura y el modelo de Estado y territorial que queremos y que, además, podamos gestionar con garantías de libertad, equidad y justicia. Habrá que recomponer años de excesos y concesiones que van a ser difíciles de recuperar. En el momento de mayor pesimismo hacia la clase política es cuando necesitamos líderes políticos, cabezas lo suficientemente formadas y ejemplares para embarcarse en la tarea del rescate social, ético y político de nuestro país. Por ello, cuidado con los alternativas políticas que hoy están saliendo a relucir que creen legítimo asaltar el Congreso que es el espacio donde reside la soberanía nacional.

Titulaba el artículo con Las razones de Mas. Aquí hay una serie de razones que puede poner en cuestión aquello que el President afirma ufano y con un engreimiento digno de mofa y escarnio público. Pero quisiera finalizar como empecé el artículo, de la mano de Ortega, de esa misma intervención en las Cortes en mayo de 1932, puesto que ahí el pensador español habla de la condición que debe reunir todo político y Mas tiene muchas posibilidades de no cumplirla y pasar a la historia como uno de los mayores estafadores de la historia política reciente. Espero que los catalanes con el seny que tanto les caracteriza lo coloquen en el sitio que le corresponde por el bien de un proyecto abierto, de encuentro y paz que llamamos España: “El político necesita de una imaginación peculiar, el don de representarse en todo instante y con gran exactitud cuál es el estado de fuerzas que integran la total opinión y percibir con precisión cuál es su resultante, huyendo de confundirla con la opinión de los próximos, de los amigos, de los afines, que, por muchos que sean, son siempre muy pocos en la nación. Sin esa imaginación, sin ese don peculiar, el político está perdido”.

 José Miguel Martínez Castelló, es licenciado en filosofía

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