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La Navidad de la Esperanza: lecciones desde el aula y el púlpito

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Jose Miguel Martínez Castelló

Recientemente comenzaba un artículo con las siguientes palabras: “¿Es todavía posible celebrar esta Navidad después de todos los acontecimientos vividos en España? ¿Tiene sentido representar el nacimiento de Jesús en nuestras casas, en familia y armonía? Parece que con la crisis actual, y a raíz del problema de los desahucios, no exista cabida ni lugar alguno para la alegría y la esperanza”.

Aquellos que tenemos el privilegio, no sólo de trabajar, sino de dedicarnos a nuestra vocación, tenemos la oportunidad y la obligación de hacer un alto en el camino y analizar lo que pasa a nuestro alrededor. Y lo que está pasando a nuestro alrededor es, y siendo conscientes de la gravedad y del sufrimiento de miles de personas y familias, que parece que somos la única generación que estamos experimentando los estragos de una crisis, de un cambio de civilización como el que estamos viviendo. Es como si toda la experiencia histórica, todo nuestro pasado no contara, que todo se derrumbara sin previo aviso. Sin embargo, recuerdo las palabras que Stefan Zweig pronunció en su obra El mundo de ayer, “He estado en el epicentro de los seísmos”.

Se refería a la Primera Guerra Mundial y a sus consecuencias en Europa. Más tarde, la experiencia nazi le llevó al suicidio cuando perdió la esperanza porque pensaba que “sólo la ilusión, no el saber, hace al hombre feliz”. Por tanto, la historia nunca es fácil, han existido tiempos donde el asesinato y la explotación representaban la normalidad de sociedades avanzadas.

Hoy con toda la situación que vivimos parece una osadía hablar de alegría y esperanza. Estamos en un momento donde la gente carga la responsabilidad de los males existentes sobre los banqueros y los políticos. En cambio este planteamiento tan aceptado y asumido debe ponerse en cuestión. Soy consciente de los riesgos que asumo porque posicionarse o defender en algún ámbito a los políticos puede resultar peligroso. Pero quien aquí escribe no tiene deudas políticas ni la intención de militar bajo el paraguas de unas siglas, sólo le presiona la pasión por la verdad y el esclarecimiento de lo que hoy nos afecta. Esta es la tarea de la filosofía. Esto no significa que no tengamos que pedir responsabilidades por las tropelías cometidas –puede consultarse en esta web el artículo que escribí sobre Bankia, que mantengo y defiendo a día de hoy, y sobre el verdadero cambio que tienen que asumir los partidos políticos si quieren continuar siendo un elemento clave en la sociedad.

Ahora bien, en estas últimas semanas, y en contextos distintos, en el aula con mis alumnos de 4ª de ESO y en las diferentes homilías de las misas de los domingos, he aprendido algo importante que ya sabía desde Ortega pero que me ha hecho profundizar en la singularidad de nuestra vida y del convencimiento de que, a pesar de los pesares, la vida es responsabilidad nuestra, que buscar culpables, chivos expiatorios implica mirar hacia otro lado y desertar de nuestras obligaciones. Y quisiera en este artículo mostrar como desde el ámbito filosófico, por una parte, y el bíblico, por otro, sí hay lugar para la esperanza porque detrás de ambos emerge una visión de la vida y de la historia que huye del fatalismo y del determinismo. Además, para los cristianos, la Navidad, tiempo en el que estamos inmersos, significa la irrupción de la luz en la oscuridad del mundo, un júbilo inmenso que tenemos que vivir y compartir con nuestro compromiso por la conversión de nuestros corazones e implicación social para la construcción de un mundo fraterno. ¿Es posible aquí la desesperanza? Intentaré mostrar que no a partir del ámbito filosófico y evangélico.

Desde el mes de septiembre estoy leyendo y analizando con mis alumnos de Ética de 4º de la ESO el libro de Fernando Savater Ética para Amador. Estamos en su veinte aniversario desde su publicación y me pareció un buen momento para hincarle el diente. La recepción por parte de los alumnos fue al principio totalmente escéptica, de rechazo, pero a medida que la lectura avanzaba me di cuenta que lo que allí se decía estaba haciendo mella, les estaba dejando una huella que debía aprovechar. Destacaría por encima de todo dos textos, que les impresionó y que dan cuenta de lo que quiero defender y más todavía hacer comprender. Sin decirlo, Savater está repitiendo a Ortega de forma constante, tanto Historia como sistema y ¿Qué es filosofía.

Dice Savater: “En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades o tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo verás, que la mayoría tiene mucha más conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma. Te dirán: ‘¿Libertad? ¿Pero de qué libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres  si nos comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan, si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además me falta dinero para comprarme una moto que es lo que yo quisiera?’ En cuanto te fijes un poco verás que los que así opinan parece que se están quejando pero en realidad se encuentran muy satisfechos de saber que no son libres. En el fondo piensan: ‘Ufff, menudo peso nos hemos quitado de encima’ ‘Como no somos libres no podemos tener la culpa de nada de lo que nos ocurra’”.

Savater se dirige a su hijo Amador, pero también se dirige a todos y cada uno de nosotros. Cuántas excusas y justificaciones plasmamos para no responsabilizarnos, para huir de la realidad y de las consecuencias, no sólo de aquello que hacemos, sino más bien lo que omitimos y dejamos pasar de largo. Y las veces que pronunciamos ese no soy culpable de nada y miramos para otro lado. Decía Ortega que la vida es un quehacer constante, ya que en cada instante debo decidir aquello que voy hacer y dicha decisión es una cuestión intransferible que solo yo puedo hacer. Nadie puede decidir por mí, por tanto la vida es el ejercicio de una responsabilidad perpetua.

Si esto es así, y siendo sabedores de la pluralidad de la historia, de los sufrimientos y gravedad de épocas anteriores, ¿hay alguna salida ante el pesimismo y la depresión actual? Creo que sí, no somos los únicos que estamos viviendo dificultades, ni los últimos. Savater responde a ello de forma sencilla: “Ningún orden político es tan malo que en él ya nadie pueda ser ni medio bueno: por muy adversas que sean las circunstancias, la responsabilidad final de sus propios actos la tiene cada uno y lo demás son coartadas. Del mismo modo, también son ganas de esconder la cabeza bajo el ala los sueños de un orden político tan impecable que en él todo fuese bueno. Por mucho mal que haya suelto, siempre habrá bien para quien quiera bien; por mucho bien que hayamos logrado instaurar públicamente, el mal siempre estará al alcance de quien quiera mal”.

Hacer bien no tiene otra expresión que ejercer mi libertad en un sentido correcto y adecuado. Por mucho que las circunstancias nos opriman y determinen somos nosotros los artistas de nuestra vida, de nuestra historia puesto que la vida la suma de libertad y responsabilidad. Ahora bien, esta apuesta no es un camino de rosas, implica darle la vuelta a las inercias y corrientes sociales; no aceptar aquello que se asume con normalidad y mina la convivencia y los parámetros de equidad y justicia. Por último, de las palabras de Savater se deriva una pregunta que hoy debemos plantear. Constantemente oímos pestes de los políticos, de sus prácticas –que muchas de ellas merecen el escarnio público de la ciudadanía y el todo el peso de la ley- pero a continuación tenemos que preguntarnos: ¿Y tú qué haces? ¿Cómo vives? Y tu libertad, ¿desde qué valores la ejerces? La filosofía, que analiza los fundamentos de las realidad, puede ayudarnos, con todos estos planteamientos, a atisbar el futuro con esperanza, ya que la vida requiere de nuestro protagonismo, de nuestros anhelos y vocaciones, y así transformar la realidad, la sociedad y nuestro mundo en un espacio de encuentro y comprensión.

Si la filosofía nos ayuda a vivir mejor y a hacernos cargo de todo aquello que proyectamos en nuestra vida, la Biblia y especialmente el Evangelio personifican una actitud alegre y esperanzadora frente a la vida y la historia. Dicha esperanza viene del proyecto de salvación que Dios ofrece a toda la humanidad. Pero con una salvedad fundamental: este proyecto se hace carne, no es un conjunto de teorías o principios, sino que se hace vida, como nosotros, es decir, Cristo. La Navidad de Jesús es la Navidad de la crisis perpetua porque está con los que sufren, lloran, son desahuciados, insultados, maltratados… Por ello, más que nunca esta Navidad es especial porque podemos asentar las bases de una nueva forma de trato social, con nosotros mismos y con los demás. Benedicto XVI suele convocar a los católicos a la plaza pública de la historia. Es en la historia donde nos la jugamos, porque el Reino de Dios se juega en la Tierra, entre sus miserias y virtudes. Jesús lo repite hasta la saciedad en sus parábolas y enseñanzas.

El domingo 18 de noviembre, Día de la Iglesia Diocesana, junto a la lectura del Profeta Daniel, se leyó el evangelio de Marcos, 13, 24-32: “Dijo Jesús a sus discípulos: ‘En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad… El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe’”. Este lenguaje con tintes apocalípticos debe ser entendido e interpretado. Nos sitúa en la concepción cristiana de la historia. Lo que está relatando Marcos es la idea que tenemos todas las personas que nuestro mundo, nuestro tiempo está viviendo situaciones inéditas en la historia de la humanidad.

Que nuestras catástrofes son las únicas, que hasta la luz del sol puede apagarse. Ahora bien, Marcos expresa que a pesar de todo lo vivido, la historia no se juega con Cristo en nuestras circunstancias y acontecimientos, que la historia no se juega realmente ahí, sino que se juega en nuestros corazones. Y sólo desde esta dimensión personal podemos variar el curso de la historia a través de la conversión personal. Benedicto XVI afirma en Caritas in veritates (3ª Encíclica): “La solidaridad es, en primer lugar, que todos se sientan responsables de todos; por tanto, no se la puede dejar solamente en manos del Estado. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia”. Así pues, el Estado no es el único garante del cuidado de los demás, sino que yo soy responsable de todos porque todos son mis hermanos –está claro que el Estado tiene unas funciones que ejercer, pero no lo puede todo ni lo debe ejercer todo. Esta es la radicalidad y la novedad del mensaje cristiano. Detrás de todo hermano hay una responsabilidad mía, propia, intransferible, que no puedo dejar. La llamada del otro es, en otras palabras, ineludible. Y este es el mensaje universal y de esperanza de la Navidad, que nuestras puertas estén abiertas, como el pesebre, donde todos son recibidos, sin turnos ni horas de espera. La Navidad implica que no nos perdamos en el bullicio de lo mediático para ir y encontrarnos con lo esencial, con aquello que nos transforma segundo a segundo, el amor y la misericordia que alteran y modulan el ritmo y la faz de la tierra.

Feliz Navidad.        

Jose Miguel Martínez Castelló, es licenciado en filosofía

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