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33 personas con discapacidad intelectual consiguen una vida independiente y normalizada en Torrent

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La Fundación Espurna nació en 1996, y en la actualidad ayuda a 260 personas con discapacidad, que son atendidas por 70 profesionales

Hombres y mujeres de diferentes edades y con distinto grado de dependencia, han conseguido desarrollar una vida independiente fuera del núcleo familiar, gracias a las siete viviendas tuteladas de la capital de l’Horta Sud

Hacer la compra, cocinar, limpiar, ir a trabajar…estas acciones que para la gran mayoría de las personas no suponen un gran esfuerzo, son las que diariamente han conseguido dar independencia y lograr una mayor calidad de vida a los 33 hombres y mujeres con discapacidad intelectual que viven en las siete viviendas tuteladas de la Fundación Espurna en Torrent.

​El objetivo que se persigue, es lograr que estas personas consigan una vida autónoma y normalizada, gracias al trabajo que desempeñan día a día en empresas o centros ocupacionales. Se trata de personas con diferentes grados de dependencia, algunas de ellas sin apoyo familiar, por lo que a través de esta iniciativa encuentran el respaldo y la ayuda necesaria para llevar a cabo una vida independiente y normalizada.

​La fundación, gestionada por la familia García-Sabater, nace en 1996 para lograr ayudar a otras personas que se encontraban en la misma situación que Cristina, la menor de siete hermanos y con síndrome de Down. Sus padres y fundadores, José Pedro y Charo, preocupados por el futuro de su hija, decidieron emprender una labor que día a día va ampliando su área de trabajo y aumentando el número de personas a las que asistir y prestar sus servicios.

La Fundación Espurna, está integrada por 70 profesionales y cuenta con un Centro de Atención Temprana para niños y niñas de entre 0 y 6 años, un Centro Ocupacional, y un Centro Especial de Empleo. Actualmente, atienden a un total de 260 personas, 79 de las cuales se encuentran viviendo de manera independiente en los 17 pisos tutelados que hay entre Torrent y Gandia.

En cada uno de los pisos con los que cuenta la capital de l’Horta Sud, viven entre 5 y 6 personas, que gracias al trabajo que desempeñan diariamente, han logrado una autonomía que hasta el momento no habían conseguido. Cada uno de ellos, y dependiendo del grado de independencia que tienen, desarrollan su actividad en diferentes centros ocupacionales, o en empresas privadas. Gracias a esta labor, la fundación consigue una parte de la financiación, que en un 90% proviene de ayudas públicas, que les permite ir poco a poco evolucionando.

​‘Lo importante para vivir es que haya afinidad entre ellos, más que capacidades, para lograr un buen ambiente y una convivencia fácil entre todos los habitantes de la casa’, ha declarado Charo García, directora de la Fundación Espurna.

​Cada una de las viviendas cuenta con la ayuda de un monitor durante todo el día, una ayuda que se ve reforzada con otro monitor en el turno de noche, para poder gestionar posibles problemas que puedan surgir. Los 33 chicos y chicas que viven en los siete pisos, tienen entre 18 y 65 años, y todos y cada uno de ellos, valoran la experiencia como muy positiva, pues se sienten muy satisfechos y orgullosos de poder llevar una vida independiente como el resto de la sociedad.
‘Tenemos un horario que semanalmente va cambiando, en el que apuntamos los trabajos de la casa que semanalmente hacemos cada uno de mis compañeros para tener un hogar ordenado’, declara Cristina Puchalt, una joven de 31 años, que lleva viviendo en uno de estos pisos 4 años, y que diariamente acude a Almussafes para trabajar en una empresa de fabricación de piezas para coches.

​‘El Ayuntamiento de Torrent colabora en todo lo que puede, pues estamos muy sensibilizados con este sector de la población e intentamos ayudarles en aquello que está en nuestras manos’, ha declarado Pilar Vilanova, concejal de Bienestar Social.

​Es una labor impagable la que diariamente llevan a cabo los psicólogos, monitores, fisioterapeutas, logopedas…los profesionales que integran Espurna, para que estas personas logren tener una vida normalizada como la del resto de la población. Algo muy positivo tanto para las personas con discapacidad intelectual, como para las propias familias, que ven en los avances que día a día consiguen, un futuro mucho más esperanzador del que pensaban que les esperaba a sus hijos.

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