El histórico edificio, que ha sufrido diversas remodelaciones a lo largo de su historia, cuenta con 12 puestos de carne, pescado, frutas y verduras
Los clientes del mercado se mantienen fieles gracias a la atención personalizada de los puestos y la calidad de los productos comercializados
Viernes. 10 y media de la mañana. El mercado de Sant Gregori de Torrent vive su hora punta y apenas observamos a una veintena de personas haciendo sus compras. Deambulamos entre los puestos y encontramos productos frescos, de primera calidad y a buen precio. La venta tradicional se ha convertido en una experiencia desconocida para los más jóvenes, y mercados como el Sant Gregori perviven gracias a la clientela fiel que no abandona el hábito de visitar temprano el mítico lugar. Hablamos con algunos vendedores del recinto para escuchar sus historias, testimonios de una forma de comprar amenazada por supermercados, grandes superficies y una crisis que ataca al monedero de jubilados y millones de desempleados.
Una pequeña familia
El Sant Gregori cuenta actualmente con 12 puestos destinados a los productos alimenticios, la mayoría dedicados a la charcutería. Camelia Nieto, que lleva 22 años en el mercado y atiende en una de las pollerías del edificio, explica los cambios en la superficie y variedad de los productos. Hace dieciocho años el mercado contaba con mayores dimensiones, pero el edificio se dividió desde entonces y una de las partes está actualmente dedicada a actividades para la juventud. En sus inicios, en el mercado se vendía mayor variedad: “había por ejemplo productos de droguería. Ahora está únicamente destinado a la alimentación, pero hay de todo: pescado, carne, embutido, frutas, verduras, salazones, conservas… ¡sólo nos falta vender ropa!”. Algunos puestos ofertan el mismo género que otros, y Camelia comenta que no hay rivalidad entre los vendedores del Sant Gregori: “En otros mercados hay mucha más competencia entre los puestos. Aquí todo lo contrario. Por ejemplo, aquí al lado hay otra pollería y muchas veces nos hemos pedido alguna cosa, una pechuguita… Nos lo prestamos sin problema”. Otro de los cambios que advierte Nieto en las instalaciones durante la historia del Sant Gregori es el aire acondicionado: “parece poco importante, pero en el mercado se sufría mucho frío en invierno y mucho calor en verano, ahora están bien y la gente agradece comprar en un sitio fresco en verano y caliente en invierno”.
Clientes de toda la vida… en crisis
Una de las cosas que no ha cambiado es el trato con la clientela, muy fiel en sus hábitos de compra. “No tenemos hojas de reclamaciones, porque si tu me dices me ha salido esto malo te lo devuelvo”, destaca Camelia Nieto. La clientela habitual suelen ser amas de casa. “Gente joven mucho menos”, se lamenta Camelia. Alfonso García, manchego y charcutero con más de 40 años de experiencia en el mercado, advierte un cambio estructural determinante: “La gente mayor que compra hoy, tenía hijos en casa cuando eran más jóvenes y se compraba más cantidad. Ahora los hijos son mayores y los ancianos también, por lo que viven solos y el consumo es menor”.
Conchín Marqués, charcutera con una experiencia mucho más reciente – 9 años atendiendo en el Sant Gregori – se centra en otra problemática: “Los clientes miran mucho más el precio que antes, están peor económicamente por la crisis”. El trato personal que ofrecen en el mercado de Sant Gregori les permite ayudarles en su crítica situación creando lotes o haciendo sorteos: “a nivel particular cada una hace lo que puede, porque ves que la gente está apurada” y añade “Nos ayudamos como lo hace la familia, nuestros clientes suelen ser habituales, les conocemos y les atendemos de manera personalizada”.
Productos frescos, de calidad y a buen precio
Pilar García, carnicera, asegura que todo el personal del Sant Gregori “coopera, habla y tiene voz y voto, pero como somos poquitos siempre hay consenso y ya todo nos parece bien”. Acto seguido suelta una gran carcajada y advertimos su buen humor, una de las claves del buen vendedor en un mercado tradicional. La presidenta del Mercado de Sant Gregori atiende al mismo tiempo un puesto de carnicería y tiene un local, “López de Rueda”. Es una de las vendedoras con más experiencia y habla de un “cambio tremendo” en la vida del mercado: “Entonces era sin parar todo el día. Se abría a las seis de la mañana y había una cola impresionante para comprar ¡Entrabas a las siete de la mañana a trabajar y no parabas hasta las cuatro de la tarde!”. Ahora, el mercado abre sus puertas alrededor de las siete y media hasta las dos del mediodía, pero la clientela no llega hasta las nueve o las diez. Los fines de semana, los puestos permanecen al servicio del consumidor hasta las tres de la tarde porque el mercadillo que se sitúa al aire libre incentiva las compras.
Entre los clientes del mercado y los vendedores queda claro que existe una relación excelente. No obstante, en el Sant Gregori tratan de luchar contra la competencia manteniendo sus señas de identidad: un producto excelente y el trato personalizado: “El género es el mismo de siempre, se ofrece calidad”. Con respecto al “atendimiento” Pilar expresa su propia experiencia “si quieren quitar el pellejo del pollo pues eso, se le quita; que quiere deshuesarlo, en el mismo momento; que quieres que te lo ponga en bandeja o te lo envase al vacío, pues te lo envaso. Lo que pidan, y se trabaja más”. ¿Y cómo es la clienta? “El tipo de público es más mayor. Procuramos mantener la gente joven que entra y vuelven. Les aconsejamos sobre como es mejor que se lleven los productos, como conservarlos… muchos jóvenes prefieren este trato al de los supermercados y nosotros procuramos proporcionárselo”. El trabajo duro, la simpatía, los buenos productos y el ambiente familiar son los pilares en los que se apoya un tipo de venta tradicional, amenazado pero superviviente y vivo.